sábado, 18 de abril de 2009

mochilas cargadas

Encaro a una persona, le digo todas las cosas que tengo atragantadas como un hueso de pollo hace tantos años. El llanto me ahoga la garganta y apenas me entiende por teléfono, estoy pagando larga distancia y ni siquiera le importa lo que digo. Después de veinte años, le hablo, le espeto verdades, me confieso las cosas que tenía guardadas, esos reproches que una y mil veces traté de borrar de mi mente.
Quería argumentos, pelea, sangre, mordiscos, carne no recibí nada de eso, ni siquiera excusas o indiferencia.
Tuve algún ensayo de mentira de excusa, en una voz tranquila, como quien habla en piloto automático, como alguien que está acostumbrado a los reproches; me doy cuenta que no soy la primera ni la única.
No le sirvió de nada, no entendió nada.
A mí me sirvió para descargar la mochila que llevo desde hace tantos años, tan pesada tan cansadora.
A veces esta especie de catarsis que logramos con mucho esfuerzo sirven nada más para descargar de nuestra espalda esa carga tremenda que llevamos por tanto tiempo, generalmente a las otras personas, las recibidoras de este vómito de palabras histéricas, no se dan cuenta de lo que pasa o porqué. No sólo porque no lo esperan, sino porque no se sienten merecedoras de todo eso, entonces a veces inventan algún argumento efímero que sólo sirve para inflamar los ánimos, o simplemente nos escuchan sin entender, pensando quizá que derrapamos y nos fuimos al pasto sin opción al boleto de vuelta.
Si pudiéramos llegar al punto medio, a la hermosa discusión con argumentos que se puedan soste ner, y llegar al fin a un punto en común, no tal vez de amistad sino de entendimiento.
No es simple, no se puede con todo, no podemos con todo.
Creo que lo importante es saber que es bueno descargar la mochila, no llevar tanta carga porque nos rompe la columna y el alma, y en la descarga tal vez hallemos un punto de entendimiento, o no, lo bueno es que todo será más liviano, para seguir caminando y hablando sin tanto dolor.

jueves, 2 de abril de 2009

Uno y los otros

-"Dejate querer chiquita"-, me dijo como al pasar en una conversación profunda. Parecía una pavada pero no lo era, me jodía. Yo siempre había pensado que eran los demás los que no lo querían a uno, no uno que ponía límites al cariño, ( sí, soy un poco lenta) estas palabras me siguieron sonando en la cabeza mucho después de pronunciadas, mucho después de haberme percatado del real significado de lo que me habían querido decir.
Todo el tiempo digo que prefiero elegir a quien me quiere, que me quiera quien yo quiero, pero no es tan fácil de lograr, y además se queda uno con uno mismo, porque peca de soberbio (aunque no creo en dios, pero que los hay los hay), y entonces se queda más solo que la una y cinco.
Cuesta mucho dejar que los otros entren en nuestra vida, dejar que nos quieran, porque querer uno al otro es más fácil; aunque no lo parezca, uno quiere a los mejores y el círculo se acota cada vez más, buscando la perfección o quién sabe qué, cuesta también entender que hay que acomodarse a los otros, adecuarse, como ellos a nosotros. Hay tiempos, circunstancias, familias, amores y vidas distintas, y no todos pueden de la misma manera. En este momento lo escribo, pero no sé si mañana cuando me levante pueda hacer el esfuerzo de seguir pensando lo mismo.
Es una opción que tengo, entre quedarme sola o moldearme a los demás y dejar que se moldeen a mí, un poco y un poco, como decía mi abuela, ni muy muy, ni tan tan.
Después de todo no tendré la oportunidad de elegir tanto, pero voy a ocupar mi tiempo charlando con otra gente entre otras cosas.