sábado, 29 de noviembre de 2008

Libros e infancia

A los 11 años llegó a mis manos un libro que había sido de mi madre durante la secundaria. Me identifiqué con la nena hablando en primera persona que esperaba con hambre el café con leche de la tarde, preparado con amor, cuando terminaba de jugar. Amaba releer las aventuras con su amigo, y las aventuras que se inventaba, acerca de princesas, secuestradas por brujas en una selva, y luego venía el príncipe a rescatarla de tan vil hechizo. Buscaba al igual que ella, los dibujos en la mancha de humedad de la pared. De chica tuve varios libros preferidos, libros que leía y releía una y otra vez, libros que me acompañaban y me ayudaban a vivir con su fantasía en mi realidad. Llegó un tiempo en que los libros cambiaron, yo cambié, todo cambió y ya no significaron lo mismo, ya no podía ser la protagonista. Empecé a protagonizar mi realidad y fue un libro grotesco e inteminable, como el de todos los demás. Mis infinitas gracias a CHICO CARLO, que quedó tan atrás, como el olor a café con leche calentito que me preparaba mi abuela cuando volvía del colegio, con mi guardapolvo manchado de tinta. Mis infinitas gracias a todos los hermosos libros de mi infancia, sobre todo a la grandiosa María Elena, que me acompañó cuando chica, y me sigue acompañando con mi terrible realidad.

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